Un hamete es una jugada trampa, de modo que si el oponente no responde bien, se consigue un gran beneficio, mientras que si el oponente respode correctamente, se produce una pérdida para el autor del hamete. Hay diferentes casos de hametes, con diferente nivel de riesgo. Por supuesto, estudiar hametes sirve como elemento defensivo, por si intentan hacerte uno. Y en alguna rara ocasión, la jugada clasificada como hamete deja de ser arriesgada, por la situación de otras piedras, y se convierte en una opción legítima.

Estaba mirando un libro de hametes que compré en Corea, y estaba tentado a reproducir uno muy interesante en este blog. Pero de pronto recordé que enseñar hametes puede ser contraproducente.
Hace unos años se formó un grupo de jugadores en Alicante. Me alegró ver que en mi provincia natal había gente nueva. Así que en uno de sus encuentros aparecí, y entre otras cosas les enseñé un hamete, el primero que yo había aprendido, como curiosidad. Uno que resulta tras hacer un doble kakari. Mi sorpresa fue ver que, la semana siguiente, todos lo usaban como estrategia única. En cada partida forzaban la aparición del hamete, ignorando pinzas y jugando el segundo kakari, ignorando todo tipo de jugadas para lograr la posición base. Así que, de pronto, el Go dejó de ser un juego de rodear zonas, sino uno de forzar esa posición concreta. Nunca más.

El diagrama muestra la secuencia base para iniciar el hamete. Se basa en jugar el doble kakari, con 1 y 3. A partir de ahí se produce la siguiente secuencia:

El hamete en sí es la jugada 3, formando una pesada pared, cuando lo normal sería jugar en G5. En la jugada 7 llega la sorpresa, y con 11 se desencadena la falta de libertades. Al final, con la jugada 15, negro está conectado, y el grupo blanco de abajo hecho un desastre. Por supuesto, esta es la secuencia ideal para negro; normalmente blanco se da cuenta antes de la treta e intenta alternativas.

Con todo esto, ¿debería publicar hametes en el blog, o sólo cosas «decentes»?