El sábado fue un día completo. Vimos todas las cosas que había visto yo en 3 días, en mi estancia del pasado invierno, condensadas en un día. Y aun sobró tiempo para hacer más cosas.
La mañana empezó visitando uno de los 5 palacios de la dinastía Joseon, el Gyeonghuigung. Es el palacio más pequeño, pero uno de los que más me gustan. En realidad no era tan pequeño, pero fue destruido por los japoneses cuando invadieron Corea y apenas han recuperado el 20%. Curiosamente, a pesar de ser de entrada gratuita, es el menos visitado, por lo que le rodea un ambiente de tranquilidad.
Tras esto pasamos por la plaza de Gwanhwamun (más fácil de pronunciar de lo que parece), donde vimos una estatua de Sejong el Grande, inventor del hangul (alfabeto coreano) en 1444 y una especie de riachuelo con fechas marcadas con acontecimientos coreanos.
De ahí subimos al palacio más grande de todos, el Gyeongbokgung. Estuvimos recorriendo diferentes pabellones, pagodas y jardines, hasta que el hambre nos llegó al estómago. Aunque aguantamos el hambre y acabamos de ver (casi) todos los recovecos del palacio.
Entramos en Insadong, calle turística por excelencia, a comer. Tras mirar en varias calles laterales, acabamos en un restaurante un tanto caro pero muy agradable. Aunque de todas maneras el concepto «caro» es bien discutible, especialmente en un lugar donde en teoría puedes comer bien por 2 euros.
Más tarde seguimos paseando por Insadong y nos colamos en una de las teterías. Allí nos encontramos con un tipo australiano que hablaba muy bien español, pues había estado en Elche (Alicante) dando clases de inglés durante un año. Ahora está en Seúl con el mismo propósito.
Joan y Pascu estaban deseosos de echar un vistazo en algún club de baduk, así que recordé que había visto un par de kiwons cerca del final de Insadong-gil, y fuimos para allá a toda prisa.
Los dejé allí, y me fuí a Nakwon, un mercado enorme de instrumentos musicales, desde arpas a pedales de efectos. Realmente sorprendente, pues es un edificio encima de una calle, y alberga una cantidad enorme de tiendecitas. Estuve 1 hora de reloj recorriéndomelo, y cuando pensaba que ya lo había visto todo, descubrí que ¡había otra planta! Algunas tiendas tenían auténticos museos de sintetizadores, con viejos Moogs en el escaparate. Otras con miles de pedales de efectos de guitarra, de marcas japonesas y coreanas. Un sitio para volver.
Fui a recoger a los muchachos badukaires, pero aun no habían acabado sus partidas, así que me fui a la calle a esperarles. Justo en la esquina, vi de casual un par de hombres jugando a baduk, en la misma calle. Me acerqué, les intenté explicar que sabía jugar, me preguntaron el nivel y se sorprendieron al ver que era 1 dan. Por la partida que jugaban pude ver que su nivel era bastante malo. De hecho, sólo uno de ellos se atrevió conmigo, pero rechacé la oferta y me fui a la calle principal a hacer un poco de turismo. También a ver chicas coreanas pasar, y a conectarme al Dragon con la WiFi pública de la ciudad.
Tras pasar por un supermercado subterráneo, se nos ocurrió entrar a la Jongno Tower y subir al restaurante de arriba a beber algo y disfrutar de la vista. El restaurante, en la planta 33, es una plataforma en el aire sobre 3 columnas. De hecho no existen las plantas entre la 24 y la 33, y eso me tentó de darle al STOP del ascensor, y abrir las puertas para comprobarlo.
El día acabo con un paseo por el Cheonggyechon, un riachuelo reurbanizado, convertido en un agradable canal por donde pasear. La verdad es que estaba mucho más activo que en invierno. Muchísima gente paseando, y varios espectáculos de luces. Al llegar al inicio del riachuelo, no acercamos a una furgoneta donde vendían bolitas de pescado, con música de Epaksa a todo volumen.